Thursday, November 09, 2006

FREUD: 150 AÑOS DE SU NACIMIENTO

Jean Laplanche, traductor al francés de la obra completa de Sigmund Freud y autor del clásico Diccionario de Psicoanálisis, realiza un balance sobre el significado cultural del "descubrimiento" freudiano, al cumplirse hoy 150 años del nacimiento de Freud

En lo que a mí concierne, Freud no es el nombre, enarbolado como un estandarte por los movimientos psicoanalíticos dispersos ni, por el contrario, el individuo cuya biografía apenas me complace, sobre todo si se pretende psicoanalítica. Ante todo, es el Freud que él mismo quiso ser: el de la obra escrita y publicada. Lo que no implica que yo la quiera transformar en un texto sagrado.Es una obra de debates, de replanteos, de certezas pero también de dudas. Un texto escrito en alemán que nos hemos tomado el trabajo de publicar en francés (con todo un equipo: P. Mollet, J. Altounian, F. Robert) en las Obras Completas, tan fieles al alemán como pudimos. La "fidelidad del traductor" es desmentir permanentemente el adagio según el cual "todo traductor es un traidor" y "toda traducción una interpretación". Con semejantes principios, es muy fácil renunciar a traducir verdaderamente.A esto, respondo con una traducción que, lejos de imponer una interpretación, queda abierta a las interpretaciones más variadas, incluso las más ofensivas, de parte del lector. "Hacer honor" a un gran texto no es tapar sino restituir sus contradicciones, sus puntos débiles, sus momentos de duda y hasta sus incoherencias.Sigmund Freud, el pensador, es el que hizo un descubrimiento, y voy a insistir en primer lugar sobre esto. Nos encontramos frente a un investigador de unos treinta y pico de años, dotado de una amplia cultura y de una sólida experiencia científica, movido por un innegable racionalismo positivista y una no menos innegable ambición —por momentos, él mismo se ve como un conquistador, un Cristóbal Colón de la psicopatología— que decide aplicar el método de investigación de su colega y amigo, Joseph Breuer. Un método que consiste en alentar al paciente a que hable "libremente", que deje fluir hasta sus pensamientos más incongruentes.Es el momento en que la aplicación de un simple "método" va a cambiar todo: ya no se trata de aliviar la psicopatología existente gracias a un nuevo instrumento. El método llamado "de asociación libre" se aplica de pronto a un nuevo objeto: lo que Freud llama el Inconsciente. Ciertamente, esa "terra incognita" no puede cartografiarse, como los conquistadores lo hicieron con América, pero se deja inducir, suponer, reconstruir a partir de sus efectos: sueños, ensoñaciones, actos fallidos, lapsus, chistes... Para nombrarla, Freud emplea términos extraños, testigos de su alteridad: el inconsciente actúa en nosotros como un "cuerpo ajeno interior" (uno se imagina una especie de implante colocado por un neurocirujano). El Inconsciente se manifiesta en el neurótico como una reminiscencia, es decir, como un recuerdo que quedaría separado para siempre de su fuente de origen. También está seguro de que el Inconsciente está ligado a nuestra primera infancia y que es indisociable de la sexualidad infantil. Una sexualidad cuyas huellas Freud encuentra en cada caso que analiza, tan diferente de la sexualidad adulta (de la que hoy decimos que es libre), que hasta dudaríamos en emplear el mismo término para designarla. Ese sexual infantil anárquico, polimorfo, que busca más la excitación que la satisfacción, está condenado a una represión (más o menos total) en cada uno de nosotros.En los textos de Freud, encontramos los géneros y los estilos más variados, desde el más elegante y casi novelado, hasta la pesadez del pensador académico formado en la disciplina de las universidades germanas. Pero más allá de esa diversidad, quiero resaltar que desde los años 1880-1890, Freud actúa como llevado por una exigencia que lo habita. No se la impone su propio pensamiento, sino el objeto mismo, como se impone a todo psicoanalista que se constriñe a utilizar el método freudiano.A veces, he empleado la imagen de un alpinista que busca conquistar la cima del Himalaya, casi inaccesible y perdida entre las nubes. Es la búsqueda de la "buena vía", que lo es todo. Aunque también es inevitable que nuestro hombre, eventualmente, emprenda una "falsa vía" que lo haga caer a pique. ¿Hay que volver atrás? ¿Hay que utilizar clavijas? Personalmente, me apasionan esas bifurcaciones decisivas, esos puntos de extravío en la obra freudiana, y me propuse reabrir la discusión sobre lo que se juega en esos momentos: ¿Qué fue de la exigencia que imanta todo el proceso de ese extraño pensamiento? Trato de reintegrar a Freud a su tarea, de hacer trabajar (eventualmente, forzar) su obra trabajando con ella.Citaré un solo ejemplo, un momento decisivo. Juntamente con la publicación de sus primeros casos de análisis (los Estudios sobre la histeria), Freud esboza una teoría particularmente audaz, que pretende explicar nada menos que el origen del inconsciente en la histérica a través de los detalles y avatares de la relación interpersonal compleja entre el niño y el adulto, el que lo abre a la vida, su primer otro, por así decir. Luego, bruscamente, el 21 de setiembre de 1897, haciéndose a sí mismo objeciones inspiradas en la clínica, en la teoría y también en el sentido común (pero ¿qué sentido común vale en el psicoanálisis?), renuncia a esa teoría llamada teoría de la seducción. La mayoría de los historiadores, más bien complacientes, ven allí un anuncio favorable: el inminente nacimiento de la teoría del fantasma y del complejo de Edipo. Pero no ven el aspecto negativo de este cambio repentino: reaparece, en primer plano, una teoría hereditaria sobre los orígenes prehistóricos o filogenéticos del psiquismo humano. Es un camino que lleva, repetidamente a lo largo de la obra, a callejones sin salida que afirman la adquisición y la inscripción genética de escenas supuestamente vividas en la prehistoria y que se transmitirían a través del inconsciente de todo ser humano. Sería el caso de la famosa muerte del padre. Sin embargo, nada prueba que ésta pueda adquirirse durante la prehistoria.Por lo tanto, vale la pena reexaminar a fondo las dificultades de la teoría de la seducción y ver si avances más recientes sobre la comunicación pre-verbal entre el recién nacido y el adulto permitirían ampliar las bases de la teoría hipotéticamente superada.Son muchos los puntos donde la obra de Freud incita a revisiones y a un nuevo trabajo. Sólo recordemos la idea tan controvertida de pulsión de muerte.¿Esta obra vale la pena? ¿Poder suscitar tales debates, no es una prueba de su vitalidad? La obra de Freud, al menos para mí, es el terreno de una infiel fidelidad: en primer lugar, fidelidad de la traducción, donde la única infidelidad que se permite es la discusión, pues sólo se puede discutir un autor que es aprehendido más a fondo de lo que efectivamente dice. Pero también, fidelidad a la exigencia del objeto que desvela nuestra práctica de psicoanalistas: ese objeto que llama insistentemente a nuestra puerta, ese intruso, ese otro en nosotros que siempre designamos con la misma palabra que Freud: el Inconsciente.

Fuente: Revista Ñ